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Jardín de las Hesperides, VAM10 arquitectura y paisaje VAM10 arquitectura y paisaje Jardines
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Jardín de las Hesperides, VAM10 arquitectura y paisaje VAM10 arquitectura y paisaje Jardines

Durante mucho tiempo, el diseño de las denominadas técnicamente zonas verdes del planeamiento urbanístico ha quedado reducido al cumplimiento de la métrica asignada a un uso tan difuso como los espacios libres. Esas áreas despersonalizadas, resíduos de espacios de geometrías imposibles, en tantos casos sin las mínimas condiciones para que en ellos pudiera crecer la vegetación para la que se suponía que se proyectaban, se habían convertido en un mal sucedáneo de otra palabra mucho más próxima: el jardín.

El jardín ha sido en nuestra cultura mucho más que la agrupación de plantas ornamentales. El jardín es el marco de los sueños y el espacio donde se producía la aproximación, a través de la naturaleza domesticada y cómoda, a los más elevados y generosos pensamientos. Debería ser posible que todavía hoy y en nuestra ciudad se pudieran crear jardines que recuperaran ese cometido, más allá de la mera satisfacción de los estándares de las consabidas zonas de juegos. En el nacimiento del jardín de las Hespérides se da la conjunción de situaciones que permiten que todo ello suceda: su colindancia con un jardín histórico como el Botánico y con un gran espacio verde (el antiguo cauce del río Turia) en el que pueden quedar satisfechas las perentorias necesidades de los juegos infantiles más revoltosos y de los paseos de los canes, además de una reivindicación colectiva de no perder uno de los escasos perfiles urbanos conservados de la ciudad histórica. La mejor manera de proceder a proyectar un jardín, en el sentido histórico de ese término, es recuperar la tradición más rica de la jardinería valenciana, a través de los cítricos que habían dado fama a los jardineros de nuestro siglo XV. Además se podría recuperar la colección de agrios que un día tuvo el Botánico, hoy desaparecida. El argumento para el proyecto no podía ser otro que las mitológicas Hespérides, las manzanas de oro que Hera había plantado en su jardín, custodiado por ninfas de poéticos nombres crepusculares. El Jardín de las Hespérides es el símbolo mítico de la fecundidad. Cuando, según el relato mitológico, Hércules se apodera de las manzanas de oro, las Hespérides, desesperadas, se transformaron en olmo, sauce y álamo respectivamente. La plasmación de esta sinopsis argumental en un jardín del año 2000 podía hacerse a través de elementos reconocibles de la jardinería histórica, sin que su formalización se deba entender como historicista. El muro, la cerca que delimita el espacio ajardinado confiere el carácter cerrado del mismo ( el hortus conclusus clásico) y lo protege de los lindes más hostiles al mismo. El espacio es limitado y sin embargo en él caben todo tipo de insinuaciones contemplativas. El frondoso perfil del Botánico constituye un fondo escenográfico excepcional y hacia él se dirigen las vistas más generales del jardín. Las pantallas de cipreses alineados perpendicularmente al Botánico enfatizan todavía más esa perspectiva, a la vez que fragmentan las vistas interiores, mutiplicando las facetas de los espacios que se van personalizando con la vegetación de cada uno de los sectores. Frente a ellos, en una serie de plataformas escalonadas, la plantación de cítricos, organizados en andenes lineales, que permiten la observación próxima de sus características y peculiaridades. En el centro, estructurando linealmente el jardín, una generosa explanada donde confluye la escenografía mitológica y la colección de cítricos. Todos los elementos simbólicos se recogen mediante representación escultórica o las especies arbóreas de la metamorfosis de las ninfas. El agua, siempre presente en los jardines mediterráneos, tan pronto es compañera del paseo por los andenes en forma de acequia, como se convierte en suave murmullo de la fuente-serpiente, que se abalanza sobre el estanque de oscuro fondo de la constelación en que aquélla se metamorfoseó después del robo de las frutas de oro. En los lados opuestos, una pequeña fuente en la que Afrodita, protectora de los jardines, se refleja y una pérgola que acoge al visitante entre acantos y bouganvilleas. Las cuatro puertas del jardín mantienen la imagen de hermeticidad del mismo. Dos son de hormigón, se diría que fundidas con el muro del cierre. Las otras dos, de chapa de acero, insinúan algunos pasajes literarios relativos a la escena mítica que se desarrolla en el interior. La transposición de todos estos referentes clásicos a un lenguaje actual se realiza a través de la geometría, siempre lineal y fragmentada, como una permanente insinuación a la belleza, objetivo final de todo jardín.

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